lunes, 27 de septiembre de 2010

El cielo se tornaba gris, y yo me disponía a salir. Me monté en el coche y cerré la puerta. Arrancó el motor. El camino fue demasiado corto, en aquel momento me hubiese gustado que la ruta hacia mi destino se alargase, pero a diferencia de mi simpatía, llegué de un momento a otro a... no importa el lugar, llegué.

Allí cientos de personas se movían entre la gran muchedumbre que había en unos pocos metros cuadrados. Pasé infernosas horas en aquel lugar, en las cuales me sentía singular: todos y cada uno de los individuos que habitaban aquel sitio, en el que también me encontraba yo, se les veía locuaces, libres, afortunados de estar allí.

Y por fin, era la hora de volver, a casa, a mi lugar correspondiente. Salí por aquella puerta de acero que delimitaba el abismo, del mundo inconprensible, sucio y falso que había fuera. Aunque creo, que por primera vez en toda mi existencia, prefería afrontar aquel mundo, que pasar un segundo más allí dentro.

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